Abres
los ojos y la sensación te invade, ella estuvo ahí una vez más, no se puede
estar seguro, los entes de los sueños no son figuras plenas, ella entraba y
salía de la visión sin poder hacerle nada, o dicho de otra forma su presencia
estaba asegurada por la sensación infalible de tenerla cerca, aunque no fuese
visible, aunque no fuese audible.
Abres
los ojos y no hay nada, no sabes del lugar, del tiempo, mucho menos de la
historia, pero justo arriba del diafragma, a la derecha del corazón algo
crece, una especie de tumor benigno, curiosamente llamado así por la simple
condición de no causar mal, al contrario ella-sueño dentro de uno es como el
gatillo que acciona la sonrisa a lo largo del día, de los labios y la lengua cantando
a coro y los pies como locos danzantes, la versión más alegre de uno mismo
gracias a la insegura certidumbre de que ella habitase tu mente por unos
instantes.
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